SEMINARIO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO

MAGISTRADO OSCAR GONZÁLEZ CAMACHO - COORDINADOR COMISIÓN DE LO CONTENCIOSO

Me corresponde dirigir a Ustedes unas breves palabras como inauguración de este seminario, y que como tradición necesaria, venimos ya realizando año con año en la última década.

La pregunta inmediata que cabe hacer es:

¿Por qué estamos aquí? ¿para que el presente seminario del 2011?

El objetivo principal de esta actividad es la evaluación del desempeño real y efectivo de la jurisdicción contencioso-administrativa a cuatro años de vigencia del nuevo Código de la materia. Queremos analizar, sin descuidar los temas globales y académicos, lo que ha ocurrido en la práctica durante este periodo. ¿qué ha funcionado bien y qué debemos ajustar o cambiar?

Y es que el Derecho es realidad, realidad social en constante evolución. No se erige ni desarrolla en la mera teoría, mucho menos cuando se trata de la aplicación de los mecanismos para la búsqueda de la justicia. El Derecho está construido por y para el hombre y su medio, y por tanto, exige permanente análisis, permanente cambio, constante revisión, periódico ajuste.

No debemos, no podemos quedarnos en la construcción mental de la obra; debe verificarse en la praxis, en su funcionamiento, en su quehacer cotidiano. Ni siquiera los basamentos teóricos se mantienen inmutables (por el contrario, están destinados al cambio), tanto más en lo que hace a la práctica, que exige contraste permanente con los derroteros marcados por la academia, y por los que indica la propia realidad social, pues al fin y al cabo, el Derecho es ciencia social; cosa que parecen obviar algunos intelectuales cuando entienden inexistente el problema, porque simplemente lo han resuelto y esfumado en el plano de las ideas que pululan en su cabeza.

El Código Procesal Contencioso Administrativo, como cualquier obra humana es una obra falible, perfectible, y aún cuando en el ámbito de la teoría y el deber ser, estuviese bien direccionado; requiere, en su aplicación y ejercicio diario, seguimiento y revisión constante.

Debemos oír y ver lo que se ha hecho bien; debemos estar orgullosos de lo que hemos producido en conjunto, pero también debemos reparar en el detalle, sobre todo en aquéllos que se desvían, pues son estos los pequeños asuntos, que de no ser corregidos, terminan erosionando las estructuras básicas del sistema creado

Debemos tener la suficiente madurez y la capacidad para el frecuente cambio, para el ajuste permanente, para el intercambio de ideas entre los diversos sujetos intervinientes, sin petulancia intelectual ni autismo práctico. No debemos caer en el frecuente error del intelectual medio, que toma el conocimiento como suyo y se auto-erige como intérprete máximo de la verdad, en una especie de veleidad en la erudición. Basta ya de tanta parafernalia hueca y sin contenido. Al fin y al cabo: a mayor arrogancia mayor ignorancia. Sé que con lo dicho, me alejo de lo "políticamente correcto", y del disimulo copartícipe de quien se aferra a la ciega visión del perfecto statu quo, influido por cualesquiera de las circunstancias, intereses o temores que marcan su conducta.

Pero con ello, me acerco a mis principios y creencias esenciales, pues respeto el conservadurismo inteligente y fundado, pero repruebo y combato el que se sostiene sobre la ignorancia y el temor. Lamentablemente es el segundo grupo el que nos atormenta por doquier.

Conservemos sí, los principios y reglas que con solvencia comprobada, sostienen y han de soportar la estructura del proceso, pero sepamos también detectar la figura o instituto que exige cambio o transformación, de acuerdo con las variaciones dispuestas por los ejes de tiempo y circunstancias. No se trata de destruir lo fundamental, sino de transformar lo que resulta esencial, no solo para la supervivencia de las instituciones, sino para la satisfacción del interés colectivo y en primera y última instancia, de la persona. La organización pública que no satisfaga las necesidades públicas, como su causa y razón de ser, ¡simplemente no debe existir!. Así pues, la justicia estatal, por cuestionada que fuera, no puede ni debe debilitarse. Debe mutar, de acuerdo con los cambios requeridos para todo servicio público.

¡¡Cuanta valía y virtud en la sabia escritura del libro empolvado y añejado en la madurez de las ideas; mas cuanta desgracia en la petrificación de éstas y en su irreflexiva obediencia, pues limitarán la imaginación y el don maravilloso del cambio favorable!!.

Tenemos aún desafíos, retos por cumplir, como se denomina ahora en forma elegante a todo aquello que no se ha podido realizar o corregir. Así por ejemplo, hemos tenido serios problemas con la clasificación y acceso a las líneas jurisprudenciales del Tribunal Contencioso, tanto en sentencias escritas como orales del nuevo Código. Sobre las acciones ya tomadas para el correctivo pertinente, dará cuenta mañana la señora coordinadora del Tribunal. Así mismo, se ha presentado con frecuencia, una actitud paternalista hacia el desempeño procesal de las partes, con la sana intención de cubrir un primer período de adaptación y capacitación del litigante. Empero, creo que esa debe ser ya una etapa superada, y debemos regresar al justo medio de nuestra más estricta imparcialidad, como actitud de regla. De igual modo, se han venido presentando prácticas disímiles hacia lo interno del Tribunal, en cuya estandarización hemos venido trabajando a través de un extenso protocolo que próximamente verá la luz. Por otro lado, es imperioso que la Corte Suprema eche a andar los Tribunales Regionales de lo Contencioso para el acercamiento y una mejor prestación del servicio público a la población. En fin, se trata de mejorar través del seguimiento continuo de la actividad en despliegue, con una actitud atenta y receptiva, y ante todo, dispuesta al cambio y a la transformación permanente. Es esa la dinámica inevitable de nuestro quehacer jurisdiccional.

ANÉCDOTA DE QUE ESTOY VOLADO Y LA QUE "SE ME DESBORDA"

Quizá lo esté; quizá sea cierto que requiero del permanente freno de la sabia reflexión, y el recordatorio de mis compañeros, a quienes tanto agradezco día con día.

Pero en honor a la sinceridad, también debo confesar que creo en una verdadera ciencia de lo jurídico.

Creo que el Derecho es razón, equilibrio, instrumento adecuado para la verdad epistemológica y para la aproximación de la justicia, entendida ésta no como un concepto metafísico, sino como justicia objetiva respaldada en la juricidad, ni más, ni menos: justicia en Derecho.

El camino marcado por el racionalismo requerido para el estudioso del Derecho, sobre todo en su aplicación o ejecución cotidiana, no debe tampoco llevarnos al equívoco de un operador autómata y de asepsia total frente a la ideología y escala de valores individuales o sociales que le circundan. El operador (juez, litigante, asesor, académico o estudiante) es persona, que como tal, aplica e interpreta diariamente utilizando aquellos márgenes de discrecionalidad permitidos por el ordenamiento jurídico, pero atendiendo el ámbito y marco social en el que está inmerso. De lo contrario está perdido. Un margen de interpretación que debe propender a la protección de los derechos individuales y colectivos; del interés público, y por encima de todo, digámoslo una vez más: de la justicia.

Esto no implica Derecho únicamente para el freno, para el control y el castigo, sino también, como instrumento para el desarrollo, para la habilitación del correcto ejercicio de las potestades públicas y para aportar soluciones viables en la satisfacción de las necesidades, tanto individuales como públicas. No somos tan solo policías previos de la juricidad, ni auditores ex post frente a la irregularidad legal, somos también agentes de cambio y construcción, de aporte para una sociedad con más recursos, distribuidos con equidad.

El proceso en concreto, no es solo un instrumento social dispuesto para la solución de uno o varios conflictos, como pregonan y quieren imponer las corrientes eficientistas liberales, que se expanden con fuerza en nuestro medio latinoamericano. ¡Claro que es esa una de sus finalidades!, pero es mucho más que eso, es resolución en justicia, pues al fin y al cabo, el conflicto nunca acaba si se resuelve de espaldas a ella.

Es deber del jurista, por tanto, buscar en la exégesis de la norma su recta aplicación, en procura de lo equitativo, de lo razonable y de lo que el interés general demanda, pues hay de quien se justifica en la letra de la ley para realizar o aprobar lo injusto. Ya que si aún después de realizar aquel ejercicio, no le es permitida una interpretación recta y correcta, el operador habrá de luchar, con todas sus energías, por la abrogación o anulación de lo que en pernicioso se ha convertido. La ley injusta no debe ser ley.

En definitiva, concluyo implorando porque la razón impuesta por el Derecho, nunca acabe con la pasión y la energía que exige su estudio, necesarias también para el permanente cuestionamiento, esas que nutren además el sentimiento noble que nos embarga a quienes, como Ustedes y yo, vivimos enamorados de lo jurídico, tanto más cuanto más convivimos con él. Parece ser este el destino inevitable marcado por el hechizo de quienes un día tomamos como opción el apostolado del Derecho para ejercerlo con hidalguía y vocación.

MUCHAS GRACIAS.

Licda. María Isabel Hernández Guzmán
Lic. Sergio Bonilla Bastos
Licda. Andrea Marín Mena
Licda. Teresita Arana Cabalceta
Licda. Marcela Fernández Chinchilla
Licda. Melania Chacón Chaves
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