UNA SOCIEDAD SIN RESPETO POR LA AUTORIDAD
José Luis Cambronero Delgado
Juez Coordinador del Tribunal de Pérez Zeledón.
Ex-Fiscal del Ministerio Público
Resulta de gran alarma y consternación que en nuestro país, ocurran hechos tan lamentables como que un estudiante de secundaria le disparó a la cabeza a la directora de su colegio, atentando contra su vida, con una justificación tan banal como que lo hizo porque "la directora me caía mal". Lo más preocupante es que este no es un hecho aislado, sino que constituye el último y más grave episodio en una escalada ascendente de violencia estudiantil, en que alumnos agreden a sus maestros o profesores; o donde estudiantes de un mismo centro educativo o de diferentes colegios, en las llamadas "barras colegiales", se enfrentan entre sí a golpes y con armas.
En respuesta a este tipo de acontecimientos, se toman medidas tales como endurecer las sanciones penales para estas acciones, revisión de bultos en los centros educativos, presencia policial en los centros educativos, etc., medidas estas que si bien pueden ser necesarias, no están orientadas a indagar sobre las causas reales de la creciente violencia en nuestras escuelas y colegios.
Al respecto, y sin pretender agotar el tema en este pequeño artículo, y consciente que se trata de un fenómeno multicausal, quiero evidenciar como una de esas causas, la pérdida de valores en la sociedad costarricense, y en concreto, la falta de respeto a las figuras de autoridad, tanto a nivel formal como informal.
Atrás ha quedado la época dorada de la Costa Rica de nuestros abuelos, donde el respeto hacia las autoridades establecidas, era la regla; se reconocía y respetaba la autoridad de los padres, y en general de las personas mayores de edad; el policía del pueblo era respetado como autoridad; el maestro del pueblo era visto con respeto y admiración; y qué decir de los miembros de los supremos poderes, los cuales eran vistos con una admiración, cuasi reverencial.
En la actualidad, la falta de reconocimiento y respeto por la autoridad es la regla en nuestra sociedad, donde aquellos padres responsables que pretenden enseñar disciplina, límites y respeto a sus hijos, se encuentran con que cualquier acto en ese sentido puede ser interpretado como maltrato psicológico a sus hijos, con la amenaza de ser llevados antes instancias administrativas o judiciales. El policía es irrespetado una y otra vez por cualquier ciudadano, que no atiende sus indicaciones, y lo trata con calificativos despectivos tales como "tombo", "muerto de hambre", pendiendo constantemente sobre sus actuaciones, la amenaza de ser denunciado por abuso de autoridad.
El "pobre" educador, llámese maestro (a) o profesor (a), es una figura devaluada, irrespetada en su autoridad, no solo por los estudiantes, sino también por padres de familia irresponsables y permisivos con sus hijos, que toman escuelas y colegios como guarderías para quitarse de encima a su hijos durante las horas lectivas.
En la Costa Rica del siglo pasado, la falta disciplinaria de un estudiante a otro compañero, o hacia la figura del educador, era causa de suspensión o expulsión inmediata del centro educativo, y ello era apoyado en forma responsable por el padre de familia, como parte del proceso educativo de su hijo.
En la actualidad, resulta casi imposible suspender o expulsar a un escolar o colegial, aún cuando haya cometido faltas graves, y para ello debe seguirse un largo y tortuoso procedimiento administrativo. Además, cuando un educador opta responsablemente por tratar de fomentar valores de respeto y disciplina en sus educandos, se ve expuesto no pocas veces a tener que enfrentar procedimientos disciplinarios y aún judiciales, por denuncias en su contra de los estudiantes y de los propios padres de familia, que no siendo capaces de generar valores como la disciplina y el respeto en sus hijos, tampoco permiten que sus hijos aprendan esos valores en el sistema formal de educación.
Esta sociedad permisiva, que no fomenta la disciplina ni el respeto a la autoridad, ha generado que hoy en día muchos de nuestros jóvenes no tengan respeto por nada ni por nadie, no reconocen ninguna autoridad, y no conocen más limites que los que ellos mismos se auto-imponen, lo que conduce a que estos niños y jóvenes, de manera progresiva vayan violentando normas sociales, morales, religiosas, y finalmente llegan a infringir las normas jurídico penales, y en consecuencia se convierten en parte de la clientela de los tribunales penales juveniles, y posteriormente de los tribunales penales de adultos.
Es necesario crear conciencia que, este problema de violencia en los centros educativos, es producto de nuestros propios "pecados" como sociedad, al fallar los padres de familia, el sistema de educación formal e informal, y el mismo Estado, en una labor tan esencial como es fomentar los valores en nuestros hijos, entre ellos, la disciplina y el respeto a las figuras de autoridad existentes.
Es hora que dejemos de lado los ayes, y de rasgarnos las vestiduras, buscando chivos expiatorios, cuando todos de una forma u otra, somos responsables de lo que está pasando en nuestro país, debiendo asumir cada uno de nosotros su, mea culpa, siendo el momento que los padres de familia asumamos con responsabilidad nuestro rol de formadores de valores en nuestros hijos, entre ellos la disciplina y el respeto a la autoridad, apoyando incondicionalmente en esa labor a los maestros de nuestros hijos; y por su parte el sistema de educación formal debe integrar a sus programas educativos el tema de los valores como una de las asignaturas más relevantes; debiendo también simplificarse los procesos disciplinarios contra estudiantes en las escuelas y colegios. Ademas, el Estado y la sociedad debe dar un espaldarazo a las instancias formales e informales que ejercen autoridad sobre niños y jóvenes, esto sin perjuicio del derecho que tiene todo ciudadano de la República de acudir a la vía administrativa o judicial, en defensa de sus derechos, ante los excesos en que pueda incurrir una autoridad.

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