XXX ANIVERSARIO DE LA REFORMA

PENITENCIARIA DE COSTA RICA

 

 

 

 

 

 

José Manuel Arroyo Gutiérrez

Presidente

Sala Tercera

 

Estimo importante a propósito de la convocatoria general que se nos hace –celebrar el trigésimo aniversario de la Reforma penitenciaria en nuestro país- y del tema específico que se enfatiza –la sobrepoblación penitenciaria en el marco de la implementación del modelo de derechos y obligaciones de las Naciones Unidas- retomar algunas ideas de los autores clásicos penitenciaristas. ¡Pobres las naciones, las instituciones y las personas que se olviden de los clásicos! porque fueron ellos quienes primero vieron en sus formas germinales y prístinas los conflictos y problemas que se rebelan y manifiestan en cada época, ciertamente cada vez con sus matices y particularidades, pero en esencia, básicamente los mismos; y fueron ellos quienes asimismo avizoraron las posibles vías de solución.

Fueron Cesare Beccaria y John Howard , en los albores de la Modernidad, siglo XVIII, y de la mano de los ideales revolucionarios franceses, quienes  hicieron las críticas más relevantes al sistema penal y penitenciario del ancien regime, señalando como aspecto insostenible la degradación de las cárceles y la deshumanización de las condiciones del encierro como castigo: penas indeterminadas, hacinamiento, contagios de enfermedades, falta de aire y luz, alimentación miserable, locura, violencia, homicidios y suicidios. Habíamos llegado al estadio histórico en que la libertad individual se erigía, junto a la vida misma,  como el bien humano más preciado; y cobraba sentido entonces castigar a las personas privándolas de esa libertad, todo en el marco de un sistema económico donde las grandes mayorías sólo tenían su fuerza de trabajo y su libertad para sobrevivir. Atrás había quedado la privación de libertad como mera medida procesal para asegurar las verdaderas penas: la pena capital, las penas corporales (azotes, mutilaciones, la esclavitud) e ingresábamos a la modernidad convirtiendo a la pena de prisión no sólo en la principal reacción social frente al delito sino en la más utilizada y universalizada.

Fueron otros dos clásicos, ya en la tercera década del siglo XX y en la Alemania que iniciaba la larga noche del nacional-socialismo, los que nos dieron otra de las claves del tema que tratamos hoy. Los sociólogos Rüsche y Kirchheimer, apuntan la relación ineludible que existe entre cárcel y mercado de trabajo, formulando la vinculación biunívoca entre ambos: dentro del capitalismo contemporáneo, a mayor liberación de mano de obra en el mercado (es decir, a mayor desempleo), mayor captación de esa mano de obra sobrante en el sistema penitenciario, y, a la inversa, a mayor requerimiento de mano de obra por parte del mercado, se vacían las cárceles y se contrae la población penitenciaria.

Esta hipótesis fue desarrollada por lo que hoy constituye otro clásico, de los años setentas del siglo recién pasado, el título Cárcel y Fábrica de los criminólogos italianos Dario Melossi y Massimo Pavarini, quienes sobre la base de Rüsche y Kirchheimer ponen al día la relación trabajo-cárcel y aportan elementos de análisis de indudable actualidad y vigencia.

Cuando, en medio del delirio nazi, se encerró y exterminó a millones de judíos, eslavos, socialdemócratas, comunistas, gitanos, homosexuales, discapacitados y todo aquel que no se correspondiera con el modelo ario, se los hizo ingresar, entre otros campos de concentración, en el de Auschwitz, cuyo portón de entrada tiene una frase que dice: Arbeit macht frei (el trabajo libera) y, de nuevo la impronta del trabajo, esta vez en relación a uno de los momentos más tenebrosos de la historia contemporánea, se la une al castigo, al encierro y la segregación de los diferentes. Ha sido el sociólogo y filósofo contemporáneo Sygmunt Bauman quien ha explicado cómo fue posible el holocausto, como fue posible exterminar a millones de personas en relativo poco tiempo de manera sistemática y eficiente. En qué se diferencia este genocidio de otros muchos que lo antecedieron. Esto fue así, nos dice Bauman, gracias a que la lógica de la producción industrial de la Modernidad, la lógica de producción de mercancías, tal y como se fabrican automóviles y refrescos, de forma masiva, en serie, y con burocrática división de funciones, fue aplicada –esa misma lógica- al exterminio masivo, en serie y burocrático, de seres humanos. De nuevo la relación entre cómo se organiza la producción y el trabajo en una sociedad, encuentra una clara expresión, esta vez siniestra, entre el aspecto laboral y el castigo.

Cuando Niels Christi, en nuestros días, nos recuerda que el sistema penitenciario en los Estados Unidos de América, funciona como una re-edición del holocausto, porque encierra masivamente a negros, latinos y pobres, tenemos de nuevo que echar mano sus enseñanzas para no equivocarnos respecto de lo que puede estar sucediendo en Costa Rica.

Para nadie es un secreto que esta sociedad decidió desde hace unas tres décadas, coincidiendo precisamente con el abandono del modelo de Estado Benefactor, encerrar cada vez más gente. La responsabilidad de este fenómeno es compartida. En lo personal, como juez penal y jerarca del Poder Judicial, no puedo eludir la parte que me corresponde. Pero lo fundamental debe ser darnos cuenta de la ruta que hemos emprendido, sus evidentes contradicciones y limitaciones, cuando hemos querido resolver todo conflicto social con cárcel y más cárcel.

Cuando el último informe del Estado de la Nación nos advierte que no sólo somos un país con importantes índices de pobreza –que rondan en el 20% de la población-, sino que además somos, como toda Latinoamérica, una sociedad cada vez menos equitativa –es decir, la brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen muy poco es cada vez mayor, en concreto, más del 80% de los costarricenses se tienen que conformar con menos del 20% de la riqueza social- cae por su peso preguntarse que hemos hecho, o mejor dicho, que hemos dejado de hacer, para que en general la calidad de vida de este pueblo se haya deteriorado y se agudicen contradicciones como la que expresa el sistema penitenciario. Conviene que se examine pues, que se está proponiendo y disponiendo en el tema del trabajo en la sociedad costarricense actual, no duden de que lo que se decida en ese ámbito, terminará impactando el sistema penitenciario. Un conglomerado humano sin educación y opciones laborales, estará destinado a aumentar las legiones de los encerrados. Conviene examinar si la llamada flexibilización laboral, contra todo el espíritu y conquista de paz social que ha significado nuestro Código de Trabajo, debe imponerse por razones de mercado y competencia, o por el contrario, merece esa normativa un aggiornamento que siga garantizando justicia en las relaciones laborales. Porque no se trata sólo de los “fracasados” que no encuentran trabajo o lo encuentran en la informalidad o marginalidad del semi-empleo, sin seguridad social ni salarios mínimos; se trata también de los “exitosos”, esos jóvenes profesionales obligados a trabajar veinte horas diarias, sin fines de semana ni feriados, sin posibilidad de constituir una familia y tener hijos,  en condiciones de explotación extremas y que a los cuarenta años de edad ya son desechables, condenados a la incapacidad por stress cuando no al infarto fatal.

En fin,  en esto de la vinculación entre trabajo y encierro, es hora de rescatar a los clásicos universales y también a las experiencias y propuestas que nuestros antepasados nacionales supieron darnos. Lo mejor de la historia costarricense está marcada, en materia penitenciaria, por un humanismo que se expresa en la abolición, ya en la Colonia, del uso de armas blancas de alto peligro; por la abolición de la pena de muerte, entre los primeros países del orbe; por las múltiples reformas penitenciarias, de impronta humanista, entre las que destacan la liderada por el Licenciado Joaquín Vargas Gené, en la década de los años cincuentas del siglo pasado y, por supuesto, la liderada por el Doctor Gerardo Rodríguez Echeverría, hace treinta años, y que nos convirtió en modelo latinoamericano a ser imitado. Ciertamente esos esfuerzos no se sostuvieron en el tiempo. No voy a repetir aquí lo que ya me han oído decir sobre las causas que llevaron al fracaso de ese modelo y al relevo, también poco exitoso, del minimalismo penitenciario, cuya marco teórico nunca llegó a corresponderse con la práctica que, ha sido, más bien de un maximalismo en las políticas de encierro. Sin embargo, todo ese bagaje debe ser estudiado, conocido, discutido y retomado, como en la iniciativa de estas Jornadas que celebro, para que, a la luz de las nuevas condiciones históricas, podamos estar a la altura que supieron estar quienes nos precedieron.