Costa Rica, Viernes 14 de agosto de 2009
Francisco Dall’Anese |
Fiscal General de la República
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El bamboleo delicado del barco me despertó lentamente, a 535 km, suroeste de Cabo Blanco. Al observar mi reloj pulsera, di en la cuenta de que eran las seis de la mañana. Dejé el estrecho camarote número 59 y subí rápidamente a la cubierta del Helios . Lloviznaba: las pequeñas gotas se estrellaban con fuerza en mi cara y mis brazos, al tiempo de empañar mis anteojos que debí limpiar una y otra vez.
En medio del cielo nublado, lluvia y bruma –no muy densa– por fin, después de postergarlo por años, el 3 de agosto de 2009, entre las coordenadas 5°18’53’’ y 5° 45’48’’ de latitud norte, y 87°49’32’’ y 87°17’47’’ de longitud oeste, pude ver la Isla del Coco.
Desconocida por la mayor parte de los ticos, esta fracción de Costa Rica en Suramérica es un símbolo de nuestra nacionalidad, de nuestra vocación por conservar y por respetar la naturaleza.
La expedición. La jefa de la expedición organizada por la Fundación Mar Viva, nos permitió disfrutar unos minutos ante aquel santuario de la humanidad, tan presente y querido, tan distante y misterioso para los costarricenses; por fin, Vicky Cajiao rompió el silencio y giró instrucciones claras: a las ocho de la mañana el personal del Parque Nacional vendría por nosotros para llevarnos desde el Helios a la tierra insular y debíamos estar listos. Puntuales llegaron los guardaparques José Rojas y Yeudi Peraza, en una lancha con motor fuera de borda.
Minutos después, empapados por agua de sal, nos fotografiamos junto a los letreros que identifican el Parque Nacional y dan la bienvenida a los visitantes. Uno de ellos, con la siguiente leyenda, resume las normas que deben cumplir allí todos los seres humanos: “de este parque usted puede llevar únicamente fotografías y dejar solamente las huellas de sus pies”.
Inmediatamente, fuimos recibidos en La Villa S.M. Reina Beatriz de los Países Bajos: batería de habitaciones, cocina, comedor y otros servicios del personal. Allí asistimos a una charla de inducción acerca de generalidades del parque, normas de seguridad y de convivencia.
Dada la saturación de los dormitorios, algunos debimos pernoctar en el Helios, por lo que, bajo lluvia o bajo sol, viajamos del buque a la isla por las mañanas y de regreso al finalizar las tardes. Cada vez una aventura.
Durante esos días, participamos en un taller para mejorar la comunicación entre la Fiscalía de Puntarenas y los guardaparques, y sobre las formas de investigar y recolectar pruebas por delitos cometidos dentro del Parque Nacional.
Tuvimos la oportunidad de acompañar a los funcionarios en un patrullaje nocturno, con la finalidad de sorprender en flagrancia a buques pesqueros, depredadores de la riqueza natural que para el mundo custodiamos los costarricenses.
Estas rondas se hacen en embarcaciones de MarViva, sin las cuales los guardaparques y los guardacostas no podrían prevenir ni reprimir a los pescadores ilegales. El fiscal auxiliar Michael Morales, quien formó parte de la expedición, personalmente acompañó a los guardaparques y dio dirección funcional en un abordaje.
Aprovechamos los tiempos libres para recorrer algunos senderos, apreciar aves y otros animales; y también nadar entre tiburones y otras especies marinas protegidas.
La oportunidad de admirar tantas maravillas juntas, debo agradecerla infinitamente a Dios. No en vano el oceanógrafo Jacques Cousteau calificó este lugar como “la isla más bella del mundo”.
Ha sido un honor convivir unos días con las mujeres y con los hombres que, con vocación de hierro, renuncian a las comodidades del continente y se privan de sus familias por mucho tiempo, para proteger, en nombre de todos los costarricenses, las 209.506 hectáreas del Parque Nacional (2.347 hectáreas terrestres y 207.159 hectáreas de ecosistemas marinos).
Sacrificio y valentía. Si cada habitante de nuestro país diera cuenta del sacrificio, de las dificultades materiales y de la valentía de estas funcionarias y de estos funcionarios que actúan en nuestra representación, probablemente haríamos un esfuerzo por hacer más agradable el trabajo de estas heroínas anónimas y de estos héroes anónimos.
Urge –entre otros aspectos– dotar de naves adecuadas al personal para disminuir los riesgos que corren en cada patrullaje y en cada abordaje, habilitar el servicio telefónico y mejorar el acceso a Internet.
Cuando el capitán del Helios , Eduardo Jaén, a las trece horas del 7 de agosto de 2.009, dio las órdenes de levar anclas y zarpar con destino a la Costa Rica continental, creo haber dejado únicamente las huellas de mis pies en la Isla del Coco, pero traje el orgullo de que mi patria se comprometiera hace treinta y un años a proteger esta joya de la naturaleza, y, sin duda, traje también mi agradecimiento profundo al personal del Parque Nacional y a MarViva.