Ciencia
Ciencia al servicio de la justicia
Ivannia Varela
Son científicos, no policías, pero sus investigaciones hacen posible que la
justicia en Costa Rica sea más confiable y precisa. Se trata del Departamento
de Ciencias Forenses
En la sección de Bioquímica, los científicos recogen y analizan pruebas imperceptibles al ojo humano. Para ello utilizan lámparas de luz alterna y sustancias como el luminol. (Foto: Departamento de Ciencias Forenses/Para La Nación). |
Si escucha hablar del Departamento de Ciencias Forenses, ¿qué se le viene a la mente? ¿Piensa en autopsias? ¿En cadáveres? ¿En detectives que acuden a la escena de un crimen para desenmarañar los misterios, tal y como se ve en la televisión?
Ninguna de estas apreciaciones es correcta. Aunque el Departamento de Ciencias Forenses (DCF) está ubicado en el edificio del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), en San Joaquín de Flores, Heredia, y es una dependencia del Poder Judicial, su personal no está constituido por policías ni médicos forenses, como podría presumirse.
Quienes allí laboran son un centenar de especialistas -biólogos moleculares, entomólogos, botánicos, químicos, físicos, ingenieros mecánicos, microbiólogos y técnicos de distintas ramas- a los que no les corresponde juzgar ni aplicar medidas represivas. Tampoco se presentan en público para revelar sus conclusiones y, solamente por requerimiento de los Tribunales de Justicia, dan declaraciones en relación con alguna causa.
En realidad, la labor de este equipo de profesionales es muy silenciosa, casi siempre anónima. Y por eso muy pocos saben que se trata de personas determinantes para que los investigadores resuelvan los casos y los jueces dicten sentencia. Son ellos quienes tienen a su cargo el análisis de los materiales recolectados en las diversas escenas delictivas para determinar si estos guardan relación con la víctima o con el sospechoso.
A manos de estos científicos llegan los objetos, sustancias y hasta animales más diversos: camiones, bicicletas, partes de carros, documentos, ganado, insectos, computadoras, videos, licores, drogas, sábanas, colchones, vidrios, armas, juguetes, botellas, balas, cabellos, uñas, partículas microscópicas, muestras de semen y de sangre&...;
Cualquiera de estas evidencias, por insignificante que parezca, puede constituir una pieza determinante del rompecabezas.
Esto significa que un cabello de menos de medio centímetro podría delatar a un asesino. O que la minúscula esquirla de pintura que quedó en la ropa de un atropellado podría indicar el camino hacia el vehículo que causó el percance. O que un insecto hallado en un cadáver podría revelar hace cuántos días pereció esa persona.
Así, las evidencias tienen aquí un valor inconmensurable y se protegen con gran celo. Incluso el recepcionista que atiende al público usa guantes desechables para no alterarlas. Por la misma razón, el ingreso a los laboratorios donde se examinan y se custodian las evidencias de los casos más difíciles está terminantemente prohibido.
Los expertos del DCF -cada uno en su campo- utilizan tecnología de punta y aplican el método científico para intentar responder con rigurosidad a interrogantes como: ¿ha ocurrido un delito?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿quién pudo ser el responsable?, ¿quién no pudo serlo?
Los resultados de sus análisis de laboratorio son luego interpretados y reportados en un documento oficial llamado "dictamen criminalístico". Este le ayudará al juez a tomar una decisión y, a la vez, permitirá a los investigadores continuar con el curso de una indagatoria o darle a esta un nuevo giro.
"Debemos ser totalmente objetivos, porque así es la ciencia. No podemos dejarnos permear por sentimientos o prejuicios sobre determinado caso pues eso afectaría seriamente los resultados de los análisis", explicó Marvin Salas Zúñiga, jefe del DCF.
Para ello, tratan de ver cada prueba en forma individual y, después de entregar sus conclusiones, se desentienden del desenlace. Solo se enteran de la sentencia dictada cuando se da cuenta del caso en la prensa.
Los orígenes del Departamento de Ciencias Forenses se remontan a fines de la década de 1960 con el surgimiento en el país de la medicatura forense. Sin embargo, comenzó a funcionar como un departamento independiente del OIJ en 1974.
Quizá el vocablo "departamento" lo haga pensar en una dependencia pequeña del Poder Judicial, pero es todo lo contrario. Por sus dimensiones, ocupa varios salones y pisos del Complejo de Ciencias Forenses, en San Joaquín.
De hecho, se divide en ocho secciones: 1) Análisis de escrituras y documentos dudosos, 2) Biología, 3) Fotografía y audiovisuales, 4) Bioquímica, 5) Pericias físicas, 6) Química analítica, 7) Toxicología y 8) Tránsito y planimetría. Cada una, por su parte, está formada por varias unidades (ver organigrama) pues el número de indicios que ingresan al DCF para su análisis es muy elevado.
En el año 2000, se tramitaron en ese departamento 33.510 solicitudes, mientras que el año pasado esa cifra subió a casi 40.000.
Salas Zúñiga se apresura a aclarar que tales cantidades no equivalen al número de casos investigados porque es común que se analicen varias pruebas por un mismo delito.
"En la escena de un crimen se pueden encontrar huellas de calzado que se comparan con los zapatos de un sospechoso, armas, sustancias químicas, fluidos humanos, material piloso (cabellos), sangre&...; A cada elemento se le efectúan distintos estudios en el laboratorio con el fin de rechazar o validar la hipótesis de la autoridad que tiene a cargo el caso", aseguró.
Los "clientes" del DCF son muchos y de múltiples procedencias, pues aquí se tramitan solicitudes de todos los órganos del Poder Judicial: Corte Suprema de Justicia, Tribunales de Justicia y las otras dependencias del OIJ (área investigativa y policial, y área de medicina legal).
Entre los análisis que más se piden al DCF están los relacionados con bioquímica (pruebas de ADN y detección de fluidos biológicos), química analítica (especialmente, el estudio de sustancias psicotrópicas), toxicología (más que todo, alcoholemias), balística y aquellos que tengan relación con algún accidente de tránsito.
El trabajo que se realiza en cada una de las secciones es altamente complejo.
A continuación, un vistazo al trabajo que se lleva a cabo en cada una de ellas.
El aporte de la sección de Bioquímica es valioso cuando en la escena del delito no se encuentran evidencias que fácilmente salten a la vista.
Con la utilización de lámparas de luz alterna o reactivos químicos como el luminol (se emplean sobre todo cuando el investigador va al sitio del suceso), los científicos identifican y recolectan rastros de sangre, semen, saliva, fibras, cabellos, esquirlas de pintura, vidrio y otros, hallados en objetos o en el cuerpo de la víctima.
Cada evidencia pasa entonces a la sección que le corresponde, explicó Marta Espinoza Esquivel, jefa de Bioquímica. Por ejemplo, los cabellos se envían a Biología, y las esquirlas de pintura, a Química analítica.
Muestras de sangre, saliva, semen y otros fluidos corporales a los que se puede practicar un análisis de ADN, quedan en la sección de Bioquímica, específicamente en la unidad de Genética forense. Es aquí donde se realizan las 500 investigaciones de paternidad que mensualmente tienen lugar en Costa Rica y se efectúan pruebas de laboratorio para esclarecer delitos como abusos sexuales, homicidios y robos.
Entre las pruebas de ADN más frecuentes, debido a la confiabilidad que ofrecen, están los análisis nucleares (se estudia el núcleo de la célula), pero muy pronto también se podrán realizar en Costa Rica pruebas de ADN mitocondriales (con unas estructuras celulares llamadas mitocondrias). Estas permitirán obtener información genética aun en casos en que la partícula recogida carezca de núcleo celular, como sucede con un cabello sin raíz.
Esta sección ha sido determinante para encontrar respuestas a miles de enigmas. Espinoza recuerda un caso en particular en que los resultados de sus análisis dieron un viraje inesperado a la investigación policial. Se trataba de un señor que desapareció sin dejar rastro. Cuando los detectives iniciaron la investigación, lo único extraño que reportaron los vecinos fue que, días atrás, habían visto salir mucho humo de la casa del sujeto. Tras analizar distintos objetos de la vivienda, los especialistas de Bioquímica descubrieron minúsculos restos humanos en un estañón donde, aparentemente, había sido quemado algo.
Esas muestras se compararon después con otros tejidos encontrados en un cepillo de dientes, un peine y unos calcetines que pertenecían a la víctima. Al haber concordancia entre las evidencias, los investigadores dedujeron que se trataba de un homicidio y no de una desaparición.
Cuando alguien sufre un accidente de tránsito es muy probable que lleguen al sitio del percance el oficial de tránsito y el agente del Instituto Nacional de Seguros (INS). Pero ¿a quién le corresponde analizar toda la información recabada por estos funcionarios? Esa tarea recae en los ingenieros que laboran para la sección de Tránsito y Planimetría del DCF.
Dichos profesionales tienen la responsabilidad de reconstruir los hechos de un accidente, basados en metodología científica. Por ejemplo, pueden determinar la velocidad de los vehículos tras estudiar las deformaciones que sufrieron los carros o las huellas de frenado en la carretera. Desde hace dos años, estos expertos emplean además la computación en tercera dimensión para lograr escenas más reales sobre los incidentes de tránsito, informó Jorge Arturo Ruiz Ramos, jefe de la sección.
Asimismo, los ingenieros de esa entidad deben hacer peritajes mecánicos, inspeccionar los daños de los vehículos, analizar las condiciones de una carretera, medir la iluminación y estudiar el diseño de un camino, pues todos los detalles cuentan para explicar la dinámica de los percances.
Mas su trabajo no se limita a accidentes de tránsito. Esta sección es la encargada de hacer análisis topográficos (de terrenos) en casos de estafas, usurpaciones o irregularidades en zonas protegidas. En los últimos dos años, los equipos modernos de GPS (ubicación por satélite) han sido claves para obtener conclusiones contundentes en este campo. Y desde hace un año, la sección ha descubierto nuevas vetas como lo son los avalúos de propiedades, análisis de fallas estructurales y estabilidad de taludes.
La labor que se desarrolla en la sección de Toxicología guarda cierta relación con el trabajo de Química analítica. Sin embargo, aquí analizan las sustancias para tratar de determinar si estas provocaron efectos nocivos en un ser humano, un animal o un sistema ecológico. Esto podría ocurrir en casos de violaciones, suicidios, robos, infracciones a la ley de tránsito (los exámenes de alcoholemia son un claro ejemplo) e incumplimientos a Ley de Psicotrópicos.
Esta sección -según su jefe, Guillermo Brenes Aguilar- atiende unas 4.000 solicitudes al año. Tres son las unidades que la componen: plaguicidas (donde se analizan muestras de origen biológico), la unidad confirmatoria de drogas (tiene el objetivo de confirmar o identificar el uso y el abuso de drogas o medicamentos) y la de química toxicológica (se examinan aquí todas las muestras cuyo origen no es biológico; por ejemplo, un vaso con una bebida alcohólica a la que -se presume- se le introdujo alguna sustancia que altera los reflejos o la lucidez de quien la ingiera).
A la sección de Biología llegan todas las evidencias relacionadas con tres unidades: tricología y fibras (especialmente cabellos humanos), botánica (plantas) y zoología (animales). Así lo precisa su jefa, Marisel Molina Zamora, tras explicar qué utilidad tienen estos objetos para la justicia: "Los cabellos encontrados en una escena delictiva o muy cerca de esta, pueden indicar al científico qué personas o animales estuvieron en el lugar, así como sus características físicas y hasta su estado de salud".
Molina recuerda un caso en que el aspecto de un vello púbico permitió determinar que una de las personas involucradas en el delito tenía deficiencias nutricionales. Este dato -poco relevante en criterio de los científicos- se incluyó en el reporte y, a la postre, resultó clave para los policías porque, mientras entrevistaban a los sospechosos, uno de ellos contó sin malicia que padecía de anemia.
Igualmente, de las plantas y animales -insectos, sobre todo- se obtiene información valiosa, comentó Molina. Por ejemplo, estas evidencias hacen posible saber cuánto tiempo de fallecida tiene una persona.
"Si se encuentra un cadáver en estado de descomposición, podemos tener una idea del día en que murió el sujeto con solo analizar las larvas de moscas depositadas en distintas partes del cuerpo de la víctima". Según Molina, los investigadores que llegan al lugar del hallazgo deben recolectar las larvas más grandes que encuentren, fijarlas en una mezcla con alcohol y enviarlas al laboratorio. Allí, se diseccionan para saber de qué especie de mosca se trata y se averigua qué condiciones de temperatura y humedad imperaban en esa zona.
Luego se procede a comparar estos datos con curvas de crecimiento elaboradas a lo largo de muchos años. Si la información para una especie determinada no está aún disponible, deben criar moscas de esa variedad para obtener las respectivas larvas. Después, estas se ponen a "madurar" en un aparato llamado aclimatador. Cuando alcanzan el tamaño de las larvas originales, se descubre hace cuántos días fueron depositadas y, así se sabe cuánto hace que murió el individuo.
El ciclo biológico de la mosca es de unos 15 días. Para períodos mayores a ese, los entomólogos analizan otros insectos que aparecen posteriormente en la escena del delito. Es el caso de unos escarabajos llamados derméstidos, que suelen aparecer a los 28 días de la descomposición de un cuerpo.
Con ayuda de los insectos y las plantas es posible también corroborar o descartar si un delito se efectúo en el mismo lugar donde fueron encontradas las evidencias. El Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) ha levantado mapas muy precisos sobre las especies de insectos, plantas y animales propios de cada zona del país y toda esa información es utilizada por el DCF para llegar a conclusiones.
"Recuerdo el caso de un hombre que hallaron muerto en Cartago. Los policías basaban su investigación en un carro quemado que estaba cerca del lugar del crimen. Sin embargo, cuando el entomólogo analizó los insectos y plantas adheridas al cadáver, supo que eran de San José. Esta pista, más las versiones de varios testigos, permitió a los investigadores concluir que la víctima había sido asesinada muy cerca del parque de La Sabana y trasladada después a Cartago", dijo.
Con ayuda de tecnología de punta como videomicroscopios, estereomicroscopios y lectoras de códigos de barras, las personas que trabajan en la sección de Análisis de escrituras y documentos dudosos pueden detectar si alguien falsificó o alteró firmas, letras, símbolos o números.
Para ello, usan sus conocimientos en grafoscopía y criminalística.
Estos funcionarios analizan, de igual manera, la veracidad de cédulas de identidad, pasaportes, cheques, billetes, lotería, protocolos legales, papel moneda, tarjetas plásticas, sellos de agua, tintas y otros dispositivos especiales (químicos y térmicos).
La intervención de esta sección ha sido sobresaliente en centenares de casos. Su jefe, Mauricio Oliva Torres, narró cómo, por ejemplo, mediante listas de compras en abastecedores, se ubicó a la mujer que mantenía contacto con los captores de las extranjeras Régula Susana Siegfried y Nicola Fleuchaus, secuestradas en Boca Tapada de San Carlos, en 1996.
"Las autoridades le solicitaron a todos los pulperos de la zona que reportaran compras inusuales de latas, pues era previsible que los secuestradores enviaran a alguien a adquirir alimentos no perecederos. Cuando tuvieron en sus manos varias listas sospechosas, se determinó que al menos, en dos de ellas se registraba el mismo tipo de letra", comentó Oliva.
Pero la participación de esta sección fue aún más lejos. "Después, las listas fueron comparadas con los anónimos que enviaban los secuestradores y se comprobó que era la misma persona quien los escribía. Ubicar a la autora permitió a los investigadores dar con el paradero de los captores de las alemanas", narró el funcionario.
Todo aquel material incautado por las autoridades judiciales que -se presume- podría ser un estupefaciente o una sustancia psicotrópica, es escudriñado en la sección de Química analítica. Asimismo, se estudian ahí plaguicidas, hidrocarburos, pinturas y licores relacionados con un hecho delictivo.
Esta dependencia se divide en dos unidades: la de drogas y la de análisis químico de residuos.
"Nuestro trabajo es extenuante. Aquí llegan todas las drogas que se decomisan en el país, en total un promedio de 10.000 solicitudes por año. A nosotros nos corresponde identificar la sustancia y clasificarla", manifestó Patricia Fallas Meléndez, jefa de la sección.
En vista de que el narcotráfico está considerado y tipificado como un delito internacional, funcionarios de Química analítica del DCF han sido requeridos en diversas ocasiones para que presenten sus hallazgos ante las cortes de otros países, como Estados Unidos y Australia.
De seguro ha escuchado hablar de cámaras ocultas o grabaciones de circuito cerrado. Pues bien, la sección de Fotografía y audiovisuales del DCF es la responsable de realizar y procesar este tipo de pruebas documentales para los distintos ámbitos del Poder Judicial como lo son las fiscalías, los juzgados, la policía, la clínica médico-forense y medicina legal, entre otros.
Es común que los funcionarios de esta dependencia acudan a los allanamientos o a los lugares donde ha ocurrido un acto delictivo para dejar constancia de lo que ahí sucedió o para colaborarmás adelante en la reconstrucción de los hechos.
Según el jefe de esta sección, Rafael Vargas Fonseca, a este despacho llegan también los videos, discos compactos, fotografías y otro materiales audiovisuales que se decomisan en el país para ser analizados.
Otras funciones de esta sección incluyen análisis digitales de documentos, revelado del material fotográfico y colaboración en la elaboración de retratos hablados.
¿Cuánta importancia puede tener una huella de zapato en la tierra o un casquillo de bala? Pruebas como estas son investigadas en la sección de Pericias físicas. Allí, la mayoría de los análisis que se efectúan son de índole comparativo (ya sea a nivel macroscópico o microscópico) pues se busca relacionar la prueba con un hecho delictivo.
A su vez, esta sección está dividida en cuatro unidades, según explicó su jefe, Mauricio Chacón Hernández. La primera es balística, donde se estudian armas de fuego, balas, cartuchos y casquillos. Los científicos que aquí laboran realizan reconstrucciones de hechos, hacen inspecciones en el sitio del suceso y determinan la trayectoria de las balas.
También destaca dentro de la sección la unidad de números troquelados, que es la responsable de la restauración y/o comparación de numeraciones impresas en superficies metálicas (motores, chasis), así como de hacer análisis de marcas en vacas, caballos.
La tercera es la unidad de pólvora y explosivos, donde se efectúan pruebas de residuos de armas detonadas y se hacen estimaciones para conocer la distancia del disparo. Esto se logra por medio del estudio de prendas de vestir y pequeñas muestras encontradas en diferentes superficies (ver infográfico "¿Quién disparó?"). Y la cuarta unidad es la de estudios físicos, encargada de la identificación e individualización de herramientas, calzado y carrocería por medio de comparación de marcas y otras características.
La sección de Pericias físicas hace cerca de 4.000 análisis por año, la mayoría de números troquelados y de balística.
Entre los casos recientes que han debido atender figura una balacera en la que murió un hombre. Según Chacón, la víctima presentaba un orificio en la cabeza y fueron tantos los disparos que se desconocía quién lo mató.
Después de analizar todas las balas encontradas en la escena, se comprobó que una de ellas tenía restos humanos de la víctima. Con ese indicio, se logró determinar de cuál arma había salido la bala y, por lo tanto, se supo quién pudo haberla disparado.
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