San José, Costa Rica. Domingo 17 de septiembre, 2006.
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Adriana Ovares/LA NACIN |
Personaje
Primera jueza de Costa Rica
Hace
50 años, María Eugenia Vargas asumió el Juzgado Tutelar de Menores. Era la
primera vez que una mujer llegaba a ser jueza en nuestro país.
Pablo Fonseca Q. pfonseca@nacion.com
La vida de servicio a los demás que se propuso María Eugenia Vargas lleva ya 84 años... y aún tiene trabajo.
Esta dama de las leyes, de corto cabello entrecano, ha sido funcionaria pública en varias administraciones y representante del país ante organismos internacionales, trabajos en los cuales aplicó todo el conocimiento que ha adquirido desde 1940, cuando empezó sus estudios de Derecho.
“Sé lo que es ir con la policía a recuperar a un niño que está solo en la calle” |
Pero la historia la recuerda, sobre todo, por ser la primera jueza de Costa Rica. El 1° de junio de 1956, doña María Eugenia asumió el Juzgado Tutelar de Menores, después de especializarse en América del Sur en delincuencia juvenil, y solo una decena de años después de haber salido de las aulas universitarias.
No tenía experiencia alguna como jueza, pero afirma que eso más bien le permitió tener una mejor visión sobre cuál debía ser su trabajo.
Amor de familia. Aunque han pasado muchos años desde su muerte, a doña María Eugenia todavía se le iluminan sus ojos claros cuando menciona a su padre en medio de la conversación.
“Él fue maestro y médico. Vivíamos en Barrio México y en las noches nos llevaba a conocer el sur de San José, donde había más pobreza. Al regreso, nos pasaba por el Mercado Central, para que viéramos cómo era la verdadera Costa Rica”, recuerda al hablar de su principal formador.
Con el resto de los nueve hermanos menores de doña María Eugenia –cinco hombres y cuatro mujeres– don Alejandro Vargas Araya hizo el mismo paseo y, además, los puso a estudiar.
“Papá nos igualó a todos. Todos fuimos a la escuela y las mujeres, con excepción de una, sacamos nuestro bachillerato en el Colegio Superior de Señoritas”, recuerda Vargas, nacida en 1922.
Doña María Eugenia quiso estudiar medicina y seguir los pasos de su padre, pero la Segunda Guerra Mundial le impidió salir del país, así que optó por el Derecho en la Universidad de Costa Rica, donde entonces se contaban con los dedos de las manos a las estudiantes mujeres.
Terminó su carrera en 1946, se casó y procreó un par de gemelas. Sin embargo, poco después se divorció y regresó a la casa paterna. “Cuando volví, recibí no solo el apoyo sino la libertad para poder continuar con mi plan de vida profesional”, explica.
Por esto pudo aceptar una beca y estudiar la delincuencia juvenil en Montevideo (Uruguay) y Buenos Aires (Argentina).
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A sus 84 años, |
Al Juzgado. Mientras estudiaba en el extranjero, en Costa Rica se sustituyó la Agencia de Policía de Menores por el Juzgado Titular de Menores, que abrió formalmente el 16 de enero de 1955.
Al año siguiente, el puesto de juez quedó vacante y doña María Eugenia, ya en el país, lo solicitó.
“Yo, que tenía el interés y no me gusta dejar de cumplir lo que creo que puedo hacer, solicité el puesto hablando con dos magistrados”, recuerda.
Ganó por un voto de 17 magistrados en total. Tenía en contra, además, a muchos empleados que criticaban su falta de experiencia dentro del Poder Judicial, especialmente como penalista.
“Precisamente por no haber sido jueza penal es que llegué con la clara idea de que lo importante es recuperar al menor, no castigarlo”, justificó en ese momento y sigue predicando ahora.
De armas tomar. “Yo sé bien lo que es el ejercicio del poder. Sé lo que es pedir a una monja que abra el internado a las 6 de la tarde, aunque hubieran cerrado a las 5, para que me recibiera a una muchacha”, dice con seriedad.
“Sé lo que es ir con la policía a la 1 de la madrugada a recuperar a un niño de dos años que está solo en la calle mientras su madre ejerce la prostitución”, prosigue. “Y creo que si la gente no sabe administrar su libertad, otra persona debe resguardársela por su propio bien”, concluye.
Doña María Eugenia recuerda de manera muy especial cómo un día tuvo que llevarse a una joven vendedora de periódicos después de una pelea callejera.
“La sacamos del reformatorio dos meses después, pero ya era otra persona: había cambiado. A los años supe que se había casado y ahora, hace poco, me llamó para contarme que su hija trabaja en la NASA”, comentó llena de satisfacción.
Pero esa época de jueza quedó atrás hace mucho tiempo, igual que su paso por el Patronato Nacional de la Infancia, el Hospital Nacional Psiquiátrico y el Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare), entre otros trabajos.
Estando en el Cenare conoció a Rocío Valverde, promotora de la Universidad Santa Paula.
Doña María Eugenia se convirtió en la primera rectora de este centro de educación superior.
Ahora es su vicerrectora, pero sigue manejando su auto desde el Alto de las Palomas, en Santa Ana, hasta la sede de la universidad, en Lomas de Ayarco de Curridabat, para cumplir con su trabajo. Ahí dirige el Consejo Académico e integra el Comité Legal.
También preside la fundación Otto Solera, en la cual atiende peticiones de emergencia de hospitales y de particulares.
“Cuando tengo tiempo, nado o salgo a caminar. También tengo mi bicicleta estacionaria en casa y me gusta bailar”, explica.
“Admito que estoy satisfecha con lo hecho en mi vida. Papá nunca nos dejó ser negativos, siempre nos enseñó a ver lo bueno de la vida. Claro que he tenido problemas, pero uno debe aprender a superarlos; hay que tener ilusiones”, opina.
Precisamente, una de las nuevas ilusiones de doña María Eugenia es tener más tiempo para sembrar “robles y árboles frutales” en su propiedad de Santa Ana. Por eso analiza la posibilidad de terminar su labor en la Universidad Santa Paula.