Editorial:
Retroceso de la democracia
Un informe del
instituto sueco Varieties of Democracy da cuenta del terreno ganado en los
últimos 30 años por los autócratas en todo el planeta
10 de
marzo 2022, 7:45 PM
Las
características de los autócratas modernos son fáciles de distinguir en
cualquier parte del mundo. Las diferencias son de grado. Todos, prácticamente
sin excepción, procuran una polarización tóxica de la sociedad enfatizando
supuestas diferencias raciales, culturales, étnicas, económicas o de cualquier
otra naturaleza. Ninguno pasa por alto la oportunidad de desacreditar a la prensa
independiente ni de sembrar duda sobre la pulcritud de los sistemas
electorales.
Los
ataques se extienden al resto de la institucionalidad: el poder legislativo es
considerado un estorbo y al judicial se le califica de la misma forma mientras
no sea obsecuente con los gobernantes. Los autócratas ya no llegan siempre al
poder por las armas. Simulan seguir las reglas de la democracia para
entronizarse.
El
instituto sueco Varieties of Democracy (V-Dem)
hizo un repaso del estado de la democracia en el
mundo y encontró
un grave retroceso. “Los últimos 30 años de avances democráticos están ahora
erradicados”, dice el informe. Según los investigadores, los líderes
autoritarios emplean “medidas audaces” para tomar todo el control.
En
América Latina somos testigos de esa audacia, en muchos casos, enmarcada en la
supuesta “democracia directa”, cuya finalidad es anular los mecanismos de
representación republicana para hacer a la gente creer que está gobernando,
cuando en verdad se le está manipulando.
Distinguir
el autoritarismo de la democracia es fácil, por lo menos cuando está
consolidado. No es difícil diferenciar, como lo hace el estudio, entre los
gobiernos que simulan la democracia y las autocracias cerradas, donde ya no hay
pretensión de ocultar la naturaleza del régimen.
La
diferencia en calidad y profundidad de los sistemas democráticos puede ser más
compleja de evaluar. En el índice de democracia liberal, elaborado por los
suecos, Costa Rica aparece en el cuarto lugar, por encima de democracias muy
prestigiosas, como la suiza y la alemana. Habrá razones discutibles para la
clasificación, pero nuestra pertenencia al grupo más aventajado no admite duda.
Eso
nos ubica en un lugar muy especial. Solo el 13% de la población mundial
comparte la bendición de vivir en una sociedad democrática. Apenas el 16%
habita en una democracia electoral. Las dictaduras sojuzgan al 70% de la
población del planeta, unos 5.400 millones de personas, y van en aumento. El
informe del 2022 identifica 33 países con retrocesos hacia “una autocratización
sustancial”, entre ellos, Estados Unidos, la República Checa y Grecia. En
Latinoamérica, los mayores rezagos se dan en El Salvador, Venezuela y
Nicaragua.
El
retroceso no es siempre súbito y tampoco total. En muchos casos son procesos
graduales, con afectación parcial de libertades ciudadanas e instituciones
democráticas. La carnada suele ser el descontento social y, el anzuelo, la
promesa de enfrentar los problemas como si las soluciones fueran obvias y
bastara la voluntad del líder para aplicarlas. La ideología no importa, ni
tampoco la coherencia, pero en muchos casos el método es vital: los retrocesos
de las últimas tres décadas deben mucho al populismo.
Ningún
país está definitivamente vacunado contra sus tentaciones. Al parecer, Thomas
Jefferson nunca dijo que el precio de la libertad es la vigilancia eterna. La
frase se le atribuye, pero los historiadores no han podido encontrar prueba de
la autoría. No importa quien la haya dicho, encierra una verdad irrefutable, y
los costarricenses debemos tenerla siempre presente para no dormirnos en los hermosos
laureles de estudios como el citado.