En Vela

 

Julio Rodr’guez envela@nacion.co.cr 12:00 a.m. 20/02/2013

El domingo pasado, 17 de febrero de 2013, muri— Luis Paulino Mora, presidente de la Corte Suprema de Justicia, exministro de Justicia, jurista y, principalmente, un hombre ’ntegro, justo y de fe, s—lido y sencillo, lleno de humor y talento, un padre de familia ejemplar y un profesional intachable. Tras las honras fœnebres de Estado, fue enterrado en Puriscal, en el campo, su pueblo natal, junto a su madre, el lunes pasado. Un costarricense t’pico.

Quisiera abundar y ahondar en sus preclaros mŽritos, en sus obras infatigables y en su honroso prestigio nacional, pero conocedor cercano de sus valores Žticos, de su sencillez y calidad humana, no podr’a abarcar su recia personalidad y mucho menos hacerle justicia, frente al pueblo de Costa Rica y, principalmente, frente a la juventud, para que otros, todos, lo sigan. ÁCu‡nta necesidad tenemos los costarricenses de ciudadanos de esta talla moral e intelectual, sobre todo en esta hora de claroscuros, de relativismo y de verdades a medias!

Juzgamos a las personas en vida y a la hora de la muerte. Nuestros juicios, ante la vida, suelen ser, como es la vida, hijos del amor, del odio o de la indiferencia. Bien lo saben aquellos que desempe–an o han desempe–ado un cargo pœblico y, como tales, est‡n expuestos al ojo escrutador de la gente, que bendice o maldice, condena o absuelve.

La muerte, sin embargo, se encarga de poner las cosas en su lugar, gracias al escrutinio de los historiadores, de manera lenta, o a la percepci—n de la gente buena. Don Luis Paulino no requerir‡, sin embargo, el af‡n minucioso de los primeros ni solo la generosidad de los dem‡s. Quienes lo conocimos de cerca y nos nutrimos de su amistad, como todos aquellos que, en otras circunstancias, convivieron o laboraron con Žl, saben bien que el juicio hist—rico ya est‡ dado. Est‡ estampado y atroquelado, como expresi—n general, en las lecturas b’blicas de la misa del lunes pasado, as’ como en las esquelas mortuorias publicadas en estos d’as, anuncio no de muerte, sino proclama y exaltaci—n de la vida de un hombre singular que se dedic— a vivir con decencia y a hacer el bien. ÀHabr‡ misi—n y vocaci—n m‡s bella en la vida?

Estos deben ser en Costa Rica d’as de intensa reflexi—n. Los acontecimientos que est‡n marcando nuestras vidas, en nuestra geograf’a y en el mundo, no deben transcurrir en vano. Son demasiados evocadores y potentes como para deso’rlos impunemente o para contestar: ÒMa–anaÓ.

El Se–or siempre est‡ pasando con amorosa insistencia y tocando las puertas con esperanza. Abrir o cerrar: he aqu’ el drama de la libertad.