/ OPINIîN
V’ctor Ram’rez Z. Polit—logo victorramza@gmail.com
12:00
a.m. 17/11/2012
El
incesante molino de la historia nos muestra que los grupos pol’ticos que
levantaron una bandera terminan siendo los mismos que la entierran. El Partido
Liberaci—n Nacional, cuyos principales dirigentes fueron a una guerra civil
para restaurar la democracia, y la independencia del poder judicial, ha sido,
desde hace varios a–os, actor principal de una larga cadena de desaciertos y
tropel’as. Pero ninguno de esos deplorables hechos posee la carga siniestra,
c’nica y destructora del potente zarpazo que todos los diputados de ese
partido, en contubernio con diputados calderonistas y guevaristas, perpetraron
contra los m‡s sagrados principios de la vida democr‡tica, al impedir la
reelecci—n de uno de los hombres m‡s probos y sabios que han pasado por los recintos
del Poder Judicial. El da–o no se lo hicieron a Fernando Cruz, porque la
maledicencia nunca es capaz de da–ar el esp’ritu de los hombres de bien. El
quebranto profundo, el m‡s grave desde 1948, fue contra la independencia del
poder judicial.
El
cinismo en cuadrilla que escenificaron esos 38 diputados es una de las p‡ginas
m‡s oscuras de la historia nacional. Cometieron el crimen a hurtadillas pues
ninguno fue capaz de expresar un solo vocablo contra el magistrado destituido
porque no pod’an esgrimir un solo argumento digno contra Žl.
Todos
sabemos que esos diputados no son m‡s que marionetas movidas por los hilos
finos, aparentemente invisibles, de oscuros designios que buscan, con esta
malŽvola jugada, abrirle el paso a la impunidad de autoridades superiores.
Sin
embargo, una vez m‡s, como tantas veces ha ocurrido en la historia, se
equivocan los actores de esta tragicomedia. Como viven desligados de la verdad
y de la justicia, como viven a espaldas de los verdaderos sentimientos
populares, olvidan que la principal fuerza que alimenta la democracia es una
opini—n pœblica robusta, valiente e independiente. En agosto de 1946 un
costarricense expres— Òque las derrotas han tenido la virtud de robustecer una
fuerza espiritual que a la larga resulta incontenible. Una fuerza que es temida
por todos los delincuentes pol’ticos. Una fuerza que continuamente recuerda sus
responsabilidades a los gobernantes honestos, y que no deja dormir en paz a los
malhechores. Esa fuerza es la opini—n pœblicaÓ. Esa fuerza ser‡ hoy decisiva
para evitar que los siniestros dedos que movieron estos hilos se salgan con la
suya.
La
historia se repite: la anulaci—n de las elecciones que perpetr— el Congreso de
la Repœblica dominado por diputados calderonistas y comunistas el primero de
marzo de 1948, fue el principal detonante de la guerra civil de ese a–o. Los
diputados de ese entonces, movidos por los titiriteros o por la ceguera de sus
propias pasiones y fantasmas creyeron que hab’an triunfado con esa nefasta
decisi—n. No sab’an, porque el poder no solo corrompe, sino que obnubila y
entontece, que estaban cavando sus propias tumbas pol’ticas. Hoy, 64 a–os
despuŽs, 38 diputados y sus titiriteros quiz‡ han abierto una fosa profunda
pol’tica para ellos mismos y para sus propios l’deres y partidos.
Debemos
agradecer a esos diputados que han tenido la gentileza de mostrarnos su cobre.
No es peque–o el aporte que le han dado a la pol’tica nacional. Su colectivo
desnudamiento pœblico, en momentos en que el pa’s vive horas amargas pre–adas
de desilusi—n y frustraci—n con la pol’tica y los gobernantes, son una decidida
colaboraci—n para terminar de limpiar la maleza y comenzar una nueva siembra.