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Los Tribunales de Flagrancia
creados hace un par de a–os en Costa Rica son la m‡xima expresi—n de la
justicia pronta y cumplida.
De esta aseveraci—n no hay
dudas, sino que lo diga una joven empleada bancaria que la semana anterior
caminaba tranquilamente por el centro de la capital y un tipo descarado le toc—
sus partes ’ntimas sin el menor de los reparos, invadiendo su integridad y
sometiŽndola a un estado de depresi—n tras ser v’ctima de abusos deshonestos en
media calle.
Hoy ese sujeto, un ebanista de
nacionalidad nicaragŸense, est‡ tras las rejas como corresponde, pues el
ÒpendejoÓ, con algœn respeto, si se lo mereciera, en vez de estar aportando a
la sociedad y al pa’s donde habita se puso a buscar v’ctimas para satisfacer
sus deseos reprimidos.
Los cuatro a–os y seis meses
que le impusieron los jueces del Tribunal de Flagrancia son muy merecidos, pese
a que el Ministerio Pœblico solicit— siete a–os de c‡rcel y valorando que el
sentenciado ya ten’a una ejecuci—n condicional de otra pena por portar armas
ilegales, con mucha m‡s raz—n lo ÒguardaronÓ. Es un peligro andante.
La gente pega brincos de tres
metros cuando sabe que en d’as un delincuente es sometido a la administraci—n
de justicia y sin demoras recibe el merecido castigo. Eso es lo que el pueblo
desea, ver al sistema trabajar a toda m‡quina, sentirse protegido y no
inseguro.
Si los costarricenses no
creemos en nuestro Poder Judicial y sus actuaciones promovidas en favor de la
colectividad, Àentonces? Àen quiŽn creer? El peor de los escenarios ante la
falta de credibilidad es el de tomar la justicia por las propias manos y
crŽanme se–ores jerarcas de esta instituci—n, de eso las ganas abundan.
No es posible que haya personas
dedicadas a cometer il’citos confiados en que el ciudadano casi no denuncia y
de eso se valen para burlar a las autoridades.
La reacci—n no solo de la joven
agredida, sino de dos mujeres que pasaban por el sitio del abuso y agarraron a
sombrillazos al s‡tiro, merece el reconocimiento nacional, pues hay quienes
prefieren tirarse los toros detr‡s de la barrera que acudir en defensa de otro.
Ante estas comunes situaciones
que se dan no solo en San JosŽ, sino en todas partes del territorio nacional,
toma validez el lema Òla uni—n hace la fuerzaÓ, pues de no haber sido por las
defensoras, tal vez el toc—n estar’a libre, muerto de risa y buscando mujeres
para atacar.
Como dice el dicho, Òel que a
hierro mata a hierro muereÓ y si bien no vamos a apegarnos al significado
literario de la frase, en este momento se requiere mano firme contra la
delincuencia, que la ley con todo su peso les caiga encima y los aplaste, como
los delincuentes hacen con la poblaci—n a su antojo, de forma intimidatoria y
dŽspota.
Dos casos m‡s se han dado esta
semana, uno de un hombre que intent— asaltar un banco y otro que se rob— una
computadora. Ambos fueron agarrados con las manos en la masa y pasados de
inmediato a la Fiscal’a, hoy pesa sobre ellos una sentencia.
As’ tiene que ser, la justicia
debe ser pronta y cumplida, no es posible que existan casos con suficiente
evidencia, testigos y peor aœn, los imputados detenidos en el lugar de los
hechos, y tarden hasta dos y tres a–os a la espera de un proceso, lo que
implica un costo invaluable e irrecuperable para el Estado y m‡s afectaci—n
para las v’ctimas.
El trabajo de los Tribunales de
Flagrancia est‡ m‡s que demostrado, su eficacia y eficiencia deber’a ser
replicada ya en todas las provincias.
Al hampa hay que combatirla de
forma directa, sin temores y pese a que vivimos en un pa’s democr‡tico y justo,
las garant’as sobre los victimarios nunca pueden ser mayores que las de los
afectados, que en muchos casos no viven para ver reparado, en al menos una
parte, el da–o causado.